Nuestro proceso de transformación puede ocurrir de diferentes maneras, por el descubrimiento de la fuerza personal y por el fracaso inesperado de una persona o como la experiencia de su propia pecaminosidad. El llamado al Carmelo es un viaje de “fe pura, desnuda y oscura”, y los carmelitas como personas de fe responden e integran estas experiencias en sus vidas adultas, describiéndolas como un desarrollo natural y un evento sorprendentemente lleno de gracia. Así, la atención al propio desarrollo humano a lo largo de la vida como carmelita es fundamental para la formación permanente en el Carmelo. El crecimiento y la transformación religiosa se ven en términos del sentido de madurez de un carmelita de:
- identidad como persona y como llamada a vivir una “vida en obsequio de Jesucristo”, creciendo en la dimensión contemplativa de la propia vida;
- la capacidad de amarse y entregarse en el contexto de la vida comunitaria;
- la capacidad de cuidado y corresponsabilidad responsable, expresada en “servicio en medio del pueblo”.
(RIVC 10)